lunes, 21 de abril de 2008

Sobre MOMPRACEM

Mompracem, de Jorge Ernesto Olivera
por Alfredo Fressia
Emilio Salgari (Verona, 1862) creó una luminosa literatura de aventuras, tan vasta que hoy se la organiza en “ciclos”. El ciclo indio-malayo incluye novelas de corsarios como La reconquista de Mompracem, 1908, relatos protagonizados por Sandokán y su infaltable amigo, el portugués Yañez, recurrentemente situados en la rocosa isla de Mompracem, ese “nido de piratas” signado por el sol, las pasiones y el coraje. Salgari se suicidó en Turín, en 1911, hiriéndose como en un ritual de harakiri, “vencido por toda suerte de desgracias”, según dice en la carta a sus hijos y editores. Entre sus infortunios parecen haber pesado la demencia de su mujer y la pobreza: “He hecho la fortuna de mis editores, los que me dejan morir en la más escuálida de las miserias”.
Jorge Ernesto Olivera (Treinta y Tres, 1964) es autor de una premiada obra poética y narrativa donde el desplazamiento, el viaje, en el espacio y en el tiempo, también ocupan un lugar privilegiado. Hasta ahora, su bibliografía comprendía: Cuatro cuentistas cuentan, 1988, Poemas del desierto de Mojave, 1994, La expedición al Dorado y otros cuentos, 1997, y el poemario Labios del poniente, 2000. La presente plaquette Mompracem (Ediciones de la Crítica. Montevideo, 2002), dedicada “a la memoria de Emilio Salgari”, reúne 12 poemas (pero que, según advierte Gerardo Ciancio desde el prefacio, pueden ser leídos como un solo poema extenso) y se organiza en tres partes: “reconquistando mompracem”, “fauna marina” y “sargazos”.
Desde los paralelismos del primer poema, el texto se presenta, en un primer nivel de significado, como un homenaje al escritor italiano y a su obra. Hay en él, explícitamente, un “más allá” donde una obra se crea y un escritor muere: “más allá un hombre muere, pluma en mano,/ más allá un pirata, reconquistando mompracem”, y entran en un vertiginoso paralelo “la fuerza del filo de su voz” y “la fuerza del filo de su espada”. Esa crisis entre la obra y la muerte de Salgari (“sandokán no rinde espacios a la gloria/ mientras un escritor muere”), que es casi decir entre su vida y su muerte, sólo se resuelve “reconquistando mompracem”, única aventura a la altura del narrador italiano y a la que el poeta, desde el Uruguay de 2002, accede por la metáfora y la elegía implícita en su construcción.
Efectivamente, en este poemario Olivera no es sólo “uruguayo” por su ciudadanía civil. Lo es también porque el locus de su única posible Mompracem Reconquistada es la del reiterado “río como mar” por donde circula su discurso. La miseria del hombre anulado de la modernidad, el Wozzeck universal, sobreviviente en el siglo XX desde Kafka, y “sin atributos”, como en Robert Musil (“en la reunión cotidiana del ágora doméstica/ ignorando cualquier alusión a la areté herida”, dice el poeta) se sitúa aquí en un Uruguay real, donde las sirenas, olvidadas de Ulises, han desaparecido, o sólo esperan almas naufragadas, como el mismo país, y “el fuego sacude tu alma de zeppelines/ llora el fuego del graf spee”. Pero el Uruguay de esta poesía, como suele ocurrir en la literatura nacional, excede a sus fronteras, y quedan incluidos escritores argentinos como Héctor Oesterheld (1919-1977), el generoso guionista de historietas, y Rodolfo Walsh (1927-1977), cuyo fin crea un estremecido pendant con el fin trágico de Salgari. De hecho, Oesterheld y Walsh fueron asesinados por las fuerzas de la represión y, en más de un sentido, “suicidados por la sociedad”, según la definición de Antonin Artaud aplicada a Van Gogh.
El arte como nostalgia de una vida más bella, de acuerdo a la fórmula de Huizinga, suscita en Olivera un discurso cuyos subtemas trascienden la metáfora fundadora del poemario, para así sortear (casi siempre) los peligros de la lectura meramente alegórica. Si el poeta afirma que “vivimos tiempos de mentira” es justamente porque cree en la palabra y en la dimensión ética de la poesía. El lector queda así invitado a aceptar la verdad incluida en estos versos libres que, sin embargo, tantas veces ceden al endecasílabo, al juego intenso y delicado del quiasmo, un mundo solar, indignado y restituido de sentido como la misma Mompracem.
Esta reseña fue publicada en Banda Hispánica:

No hay comentarios: