Sirenas, ecos y mitos rescatados en esta reseña del libro Kayac y otros poemas
KAYAC Y OTROS POEMAS, Jorge Olivera.
Por Esther Giménez
Jorge Olivera le canta a la ausencia, se embarca en busca de lugares inexistentes, propicios para el poema. Resuenan en sus textos los ecos de otros tiempos, vividos, revividos, imaginados, que nunca sucedieron; páginas arrancadas de la niñez, mitos rescatados, piratas armados hasta los dientes, dispuestos a defender la palabra esgrimiendo la palabra. Kayac y otros poemas es un viaje por un mar que se traga a sí mismo; vaivén de olas que nos mecen y nos hipnotizan con su sonido cíclico, ritual.
Las sirenas, con un poco de suerte, tal vez nos acompañen; difícil en estos tiempos de ruido ensordecedor, difícil ser atrapados por sus ecos cuando vivimos rodeados de altavoces, megáfonos del poder y sus proclamas:
ahora que vivimos tiempos de mentira
que la voz ya no resuena
que la mente se ha vuelto frágil
que tu mirada,
Un tono cada vez más premonitorio, la nostalgia se disuelve por el golpeo incesante del sargazo, nos sobresalta la violencia de lo que ha de venir. El Sol negro cae sobre mompracem y se desata un ceremonial oscuro, un trance sagrado de soledad y muerte en el que el presente y el futuro se devoran el uno al otro, son lo mismo; ráfagas de imágenes evocadoras, invocadoras, ingredientes recolectados para el conjuro: carne humana, aromas, alaridos, miel derretida entre las manos; bombardeos de oxímoron en la batalla, instantáneas de una épica siniestra, el guerrero/futbolista que se detiene en seco a contemplar el eclipse y teme por un destino aciago. El poema sale en busca de poética, como la mano del ciego palpa las texturas: delimitar el mundo es la manera de ver del poeta. La huella que deja es apenas erosión en la piedra, la marca imperceptible de una gota, rastro perdido de animal en la selva:
sube la penumbra del sueño
historia ciega de cada huella frágil
designio devora la hierba
En los trabajos y los días la escritura despierta a un tiempo nuevo, descenso a una memoria que no es pasado, que es carretera en movimiento. Una road movie de camino a una voz que asimila otras voces: Alan Shepard, Burroughs, Onetti, Kurosawa circulan por sus páginas. Toma conciencia el poeta de que el camino, el proceso, es el poema mismo; que como un tigre ancestral debe llevar la carga de su signo, hallarse siempre dispuesto a acechar a su presa en la penumbra, porque así ha de ser es el tigre. Pero el clímax de este viaje se alcanza sin duda en Kayac. Una experimentación onírica, poeta-explorador del mapa de la propia carne. Un río que transita por territorio peligroso, que bordea los límites de un espacio-tiempo sin horizonte, sin referencia. El sueño, el hielo, la llama, la carne… Obstáculos cíclicos, castigos olímpicos reencontrados una y otra vez, imposibles de salvar, incorporados entonces a la experiencia iniciática. El kayac enloquecido dando vueltas en un agujero de gusano, rodeado de muerte y misterio, de milagros luminosos que deslumbran al viajero:
Vino un ángel de luz
y cayó muerto en llamas
Desde la azotea sonaron voces
la quincalla mató la paloma
se fue
curso de río agua tigre.
Olivera ralentiza el tempo en sus poemas trópicos, nuestra nave surca ahora los meandros cada vez más amplios, cerca de la desembocadura. Aires de nostalgia acarician el verso. El poema, herida abierta, se deja arrastrar por la corriente hacia un lugar hecho de silencio, páramo, espacio exterior y noche, donde orbitan cartas de amor y canciones como satélites perdidos. La poesía ya no es gloria, ya no es aquel amor más allá de la muerte, no es canto para la eternidad. Apenas es dique para contener el avance del olvido y solo la ausencia parece perdurable.