El problema es con el lugar. De ahí que lo iaginario ocupe un papel fundamental en la escritura de Olivera. Un lugar que no hay. Como en un efecto de rebote, elástico, resorteado, lo que no hay pasa al dominio del mito, protector de los no haberes. Olivera escribe desde un no haber. La presencia de su lenguaje es un efecto de memoria, una huella que no se pierde nunca. ¿Qué encarna ese no haber? Lenguaje del no haber, hay: es el lenguaje de la poesía desde la perspectiva del mito dominante de la modernidad: el mito de la ausencia. ¿Dónde está el mundo al que refiere ese lenguaje que debe dar cuenta de la ausencia? Está a caballo entre la imaginación y la realidad. Hombre de dos realidades es el hombre del exilio, una imaginaria. El lenguaje que atañe a esa realidad es el problema, el problema en tanto trabajo problemático, trabajo poético, tarea de adelantar o replegar el límite, la frontera
Eduardo Milán
cada noche muriendo lentamente frente a las pantallas
a los hospitales
a los balazos de una nueve milímetros
en la reunión cotidiana del ágora doméstica
ignorando cualquier alusión al areté herida
de guerreros cotidianos
sandokanes de todos los días
todos ellos
reconquistando mompracem.
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